Música pop y descivilización

"Histeria" Beatle

Según las estadísticas de la industria discográfica de EE.UU en 2008 la música rock se consumía hasta 10 veces más que la música clásica y de jazz juntas. Este tipo de música claramente es muy atractiva y una probable razón descansa en la evolución de la adquisición del lenguaje humano.

A pesar de que los Beatles empezaron a berrear delante de jóvenes hipérgamas hace muy pocas décadas, hay razones para suponer que la música pop es un producto evolutivamente menos novedoso que la música clásica. Y no porque la música clásica sea música culta (música “transcrita” en los términos de Reich), sino sobre todo porque es instrumental. Nuestro cerebro “comprende” mejor una canción que una composición instrumental de Bach o Schoenberg, probablemente porque música vocal y lenguaje coevolucionaron en los tiempos ancestrales, algo que el arqueólogo Steven Mithen bautizó como “musilenguaje” y que también asemejan con la “teoría gestual de la comunicación” (Ryan Remedios et al., 2009).

El proceso por el que la música se independiza gradualmente de los gestos y las palabras humanas, haciéndose cada vez más elegantemente formal (quizás, la “música absoluta” de Brahms o Wagner) sólo puede entenderse en el marco extendido del proceso de civilización. En este sentido, la legitimación cultural de la música pop y rock puede entenderse como un regreso al pasado, como una forma de descivilización. Un pasado que tiene un presente etológico: los monos rhesus actuales emplean aún una modalidad de tamborileo (“drumming”) como procedimiento para transmitir su status social de un modo que no resulta esencialmente distinto al uso de la batería en una banda humana de “heavy”.

A diferencia de la música religiosa tradicional, la música pop comercial carece a menudo de restricciones morales, y de hecho es un eficaz vehículo propagandístico para los contravalores de la revolución sexual y otros disparates modernos. Sin necesidad de recurrir a teorías de la conspiración sobre estrellas del pop entrenadas como esclavos MK Ultra o cosas parecidas, muchos mensajes “pop” son abiertamente inmorales desde cualquier standard moral cuerdo.

Steven Pinker llega a una conclusión no del todo distinta en Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones (Taurus, 2012). Allí menciona la “simpatía con el mal” exaltada por las propias estrellas del pop e incluso “la afición de muchos músicos del rock a tratar a los matones y asesinos en serie como gallardos rebeldes o forajidos”. Si bien termina descartando una relación causal directa entre el rock y el ascenso del crimen en los años sesenta, también matiza que “es innegable que las actitudes y la cultura popular se refuerza recíprocamente, y en los márgenes, donde subculturas e individuos más susceptibles pueden ser zarandeados en una u otra dirección, hay flechas causales verosímiles que van desde el modo de pensar descivilizador hasta un contexto que facilita la violencia real”.

De modo que -glups- los políticos conservadores y los curas que desde los púlpitos vilipendiaban la decadencia moral aparejada con la música pop podrían llevar una parte de razón. La asociación entre la música pop y el desorden es tan próxima de hecho que en Facebook pueden organizar un grupo mostrando las infinitas e inabarcables conexiones entre el rock y los desórdenes mentales y cerebrales.

Y es todavía peor: no todos los gustos musicales han nacido iguales. Las preferencias musicales parecen estar directamente asociadas con la inteligencia. Partiendo de dos enormes bases datos nacionalmente representativas, para EE.UU y Gran Bretaña, Satoshi Kanazawa (The intelligence paradox. Why the intelligence choice isn't always the smartest one. John Wiley & Sons. Inc. 2012) muestra que los individuos más inteligentes prefieren la música instrumental (incluyendo clásica) mucho más que los individuos menos inteligentes. La asociación entre inteligencia general y preferencia por la música clásica es muy fuerte: cuánto más te gusta la música clásica, más inteligente eres. De acuerdo con Kanazawa, la probabilidad de que este patrón se forme por azar es de menos de 1 entre 100 cuatrillones. Preferencias como el rap o el gospel están negativamente asociadas con la inteligencia, pero la ópera no está asociada positivamente, lo cual sustentaría la idea de que es la instrumentalidad, no la complejidad, lo que explica el nexo entre inteligencia y preferencia musical.

Seguro que estos resultados, que suman a favor de la tesis de la descivilización, pueden ser despachados recurriendo a la habitual “falacia moralista”, o parodiados como un gran lema comercial: “La gente inteligente prefiere a Brahms”. Sólo que, realmente, la gente más inteligente prefiere a Brahms.


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Este post pretendo que forme parte de una serie sobre “descivilización” en la sociedad liberal. Los dos primeros tratan sobre desigualdad reproductiva y pornografía.

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