Elogio de las cargas policiales

Antidisturbios

“Policia” procede de la misma raiz de polis (πολιτεία) y civilización. Antes de identificarse con agentes circunspectos del orden y guardas con porras, la policía era lo mismo que la civilidad, el “buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno”. Cuando los españoles hablábamos de llevar la policía a los nativos americanos en el siglo XVI, nos referíamos a llevar la vida propia de la ciudad, de la civilización, para que los indios “vivan políticamente como los españoles”, como decía Las Casas.

Con la policía moderna, el Leviatán consiguió dar una solución racional a uno de los mayores problemas que enfrenta la evolución de la cooperación humana: cómo castigar a los aprovechados y los que no siguen las normas. Castigar es costoso para el que se encarga de hacerlo, pero beneficioso para el conjunto social. Una de las características del orden civilizado es que esta enojosa labor de castigar, durante milenios en las manos de personas particulares, ahora se encomienda a especialistas pagados (hombres en su mayoría) y entrenados por un estado central sometido a leyes. Gracias a la labor autorizada de la policía, ya no tenemos que encargarnos personalmente de resolver los pleitos personales mediante ciclos de venganza que a menudo acarrean una larga lista de inconvenientes.

Otra clara ventaja de la policía moderna es su eficacia frente a las turbas que amenazan periódicamente con destruir el orden establecido y llevarnos a un escenario peligroso de “ventanas rotas” o cosas peores. A falta de que los científicos antisubversivos logren desarrollar con éxito mecanismos más sutiles de control, los cuerpos de antidisturbios han desarrollado mecanismos relativamente poco cruentos para poner a raya al populacho furioso de las sociedades modernas. Ahora ya lo hemos olvidado, pero antes de estas estrategias modernas de lucha contra la insurgencia desarrolladas en el Leviatán, cualquier tumulto entusiasta podía tener realmente éxito (pensemos en los inicios de la revolución francesa).

En las democracias modernas nos gusta ser muy críticos con los “excesos” de la policía, debido a que hemos desarrollado un mayor grado de empatía hacia el sufrimiento y tememos que se sobrepase la “cantidad óptima de violencia” a cargo del estado, pero la polícia sigue siendo un ingrediente básico de cualquier democracia ordenada. Pinker argumenta también que el incremento de la policía después de los años sesenta, conjuntamente a la construcción de más cárceles y una actitud más dura frente al delito, con toda probabilidad está relacionado con el descenso del crimen y los procesos de "recivilización" de los últimos años.

En EE.UU, un país cuya policía sufre una fama bastante dura, el porcentaje de delitos cometidos por los cuerpos de seguridad del estado asciende a aproximadamente el 0.04% del total de delitos (he averiguado este dato cruzando las estadísticas sobre tasa de crímenes del FBI de 2011 y un informe del think tank CATO sobre delitos policiales de 2010). La famosa “brutalidad policial” es un crimen extremadamente raro en nuestras sociedades, a pesar de la abundante literatura al respecto, por lo que el desprestigio social de la policía no puede justificarse como una posición racional sino como una reacción de la contracultura residual y de las nunca evaporadas corrientes ocultas de la descivilización.

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